No espero lo probable, nada más lo inimaginable; un viaje a ninguna parte en un sitio conocido...

AVISO: No hay libros digitales para descargar en este blog para evitar problemas legales. Si necesitas algún texto completo publicado, pídelo en los comentarios y me pondré en contacto lo más pronto posible.
Mostrando las entradas con la etiqueta Alejandro Casona. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Alejandro Casona. Mostrar todas las entradas

La sirena varada

De Alejandro Casona


Acto primero, escena segunda

Ricardo, Don Florín, Daniel, luego Pedrote

FLORÍN.
¿Qué te propones? ¿Qué vas a hacer aquí?

RICARDO.
Es algo complicado. Por lo pronto voy a fundar una república.

FLORÍN.
Muy platónico.

RICARDO.
Una república de hombres solos donde no exis¬ta el sentido común.

FLORÍN.
¡Admirable! ¿Y para cuántos días?

RICARDO.
Para siempre.

FLORÍN.
Demasiado; ya serán unos días menos.

RICARDO.
Le estoy hablando en serio. Encuentro que la vida es aburrida y estúpida por falta de imagi¬nación. Demasiada razón, demasiada disciplina en todo. Y he pensado que en cualquier rincón hay media docena de hombres interesantes, con fantasía y sin sentido, que se están pudriendo entre los demás. Pues bien: yo voy a reunirlos en mi casa, libres y disparatados. A inventar una vida nueva, a soñar imposibles. Y todos conmigo, en esta casa: un asilo para huérfanos de sentido común.

FLORÍN.
Buen programa; como para proponérselo a tu tía Águeda. ¿Y crees que encontrarás esos hom¬bres?

RICARDO.
Allá veremos. (Por Daniel.) Por lo pronto ya somos dos y hace unos días era yo solo. ¿Ve usted? Ese hombre, que es capaz de vivir a os¬curas porque le aburren los colores, ese es de los míos.

FLORÍN.
Ese hombre... Pero, ¿qué hace?

DANIEL.
Nada, estaba viendo esta revista; no merece la pena. (La deja y enciende un pitillo.)

FLORÍN.—(Poniéndose grave.)
Por lo visto lo habéis tomado en serio.

RICARDO.
Imaginación, ya se lo he dicho. Le estaba ha¬blando de nuestros proyectos, ¿sabes, Daniel? Pero no tengas miedo; este razonable señor no formará en nuestra república.

FLORÍN.
¡Yo! ¡Dios me libre!

RICARDO.
Los nuestros han de ser muy otros: extravagan¬tes, magníficos. Y a nuestra puerta habrá un cartel diciendo: "Nadie entre que sepa geome¬tría".

FLORÍN.
¡Bravo; arreglado el mundo! Ya me gustaría ver cómo se puede hacer una vida toda de fan¬tasías.

RICARDO.
Muy sencillo... para nosotros. Para usted, im¬posible. Un ejemplo: ¿usted ve ese árbol que hay ahí?

FLORÍN.—(Ingenuo.)
¿Dónde?

RICARDO.—(Señalando al centro de la escena.)
Ahí.

FLORÍN.
Pero Ricardo...

RICARDO.
Pues yo sí. Ahí está toda la diferencia. ¿Tú lo ves, Daniel?

DANIEL.
¡Hermoso roble!

FLORÍN.—(Resoplando.)
Tururú. (Irónico otra vez.) ¿Y esto es lo que has venido a hacer aquí, los grandes proyectos? Vamos, no seas niño.

RICARDO.
¡Niño! ¡Qué más quisiera! (Triste un momen¬to.) ¡Pero no como lo fui yo! (Recobrándose.) No hablemos de eso. (A Pedrote, que entra con el servicio.) Cuidado con ese árbol, Pedrote.

PEDROTE.—(Deteniéndose.)
No me había fijado. (Da un rodeo para llegar a ellos.) El café.

FLORÍN.—(A Pedrote.)
Pero ¿también tú?

RICARDO.—(Ríe.)
Aquí todos, no se enfade.

FLORÍN.
¿Enfadarme? ¡Quiá! Si fuera otro pensaría que estaba en una casa de orates. Pero ya te conoz¬co: carnavalada para unos días, y a aburrirse otra vez en el mundo. Neurastenia.

RICARDO.
Pongamos neurastenia. El café, excelente, Pe¬drote. ¿Preparaste la cena del señor fantasma?

PEDROTE.
Sí, señor.

RICARDO.
¿Le había dicho a usted que teníamos un fan¬tasma, don Florín? Lo alquilé con la casa, pero no funciona. Quizás sea mejor así; estos fantas¬mas de provincias...

FLORÍN.
Bueno está lo bueno, Ricardo. No es que yo crea en tales cosas; pero no me parece broma de buen gusto.

RICARDO.
¡Tampoco eso! Pues, señor, estoy viendo que acabamos echándole a usted por una ventana. ¡Y con lo que yo le quiero, abuelo!